¿Qué es el razonamiento emocional? Cuando nos creemos todo lo que las emociones nos dictan

Las emociones desempeñan un papel fundamental en el comportamiento de los animales, incluido el ser humano. Nos ayudan a reaccionar de manera eficaz ante las señales de nuestro entorno. Sin embargo, en algunas circunstancias pueden proporcionarnos información equivocada y llevarnos a actuar en contra de nuestros intereses. Una de las formas en que esto se produce es lo que denominamos razonamiento emocional. Te explicamos en qué consiste.

Las emociones son un mecanismo fisiológico de nuestro cuerpo que nos permite reaccionar de manera automática ante los estímulos que nos rodean. Uno de los ejemplos más claros para entender esto es la emoción del miedo: ante ciertos estímulos potencialmente peligrosos para nuestra integridad o supervivencia (p. ej., un coche que no frena, alguien que nos asalta, un desprendimiento del terreno…) se ponen en marcha inmediatamente ciertos mecanismos fisiológicos (p. ej., aumento de la tasa cardíaca y la respiración, tensión muscular, dilatación pupilar…) que facilitan que nos pongamos a salvo en esa situación (p. ej., salir corriendo o protegernos).

Del mismo modo que el miedo, las demás emociones (enfado, tristeza, sorpresa, alegría, culpa, vergüenza…) nos permiten reaccionar y actuar ante nuestro entorno de forma automática y rápida, sin necesidad de realizar un razonamiento o análisis calculado de todo lo que nos sucede en cada momento, ya que eso sería demasiado costoso e ineficiente. Y esto es así aunque en ocasiones demos una justificación a posteriori de nuestras acciones, como si hubieran sido un acto deliberado en vez de automático (p. ej., “He gritado para avisaros”, cuando en realidad hemos gritado como reacción automática al susto que nos hemos llevado).

Si tuviéramos que detenernos a realizar un análisis calculado de este tipo de acontecimientos antes de decidir cómo actuar, nuestra esperanza de vida sería mucho más corta. El razonamiento explícito lo solemos reservar para otras tareas que requieren un análisis más detenido de todos los factores antes de tomar una decisión (p. ej., cuando decidimos qué compañía telefónica vamos a contratar).

Algunas reacciones emocionales se producen de manera similar en todas las personas (p. ej., alejar la mano cuando tocamos una superficie muy caliente, estremecernos ante un ruido brusco e inesperado…), si bien la mayoría de las veces la respuesta emocional que experimentamos depende de nuestra historia particular de aprendizaje, es decir, de nuestras experiencias vitales.

Aunque las emociones son un mecanismo tremendamente útil para nuestra supervivencia, es posible que en algunos casos hayamos aprendido a reaccionar de una manera que en nuestras condiciones actuales ya no es útil, adecuada o saludable para nosotros. Esto sucede cuando, por ejemplo, nos enfadamos con un ordenador lento como si así fuera a arrancar (“¡Venga, funciona de una vez!”), cuando no conseguimos dormir después de haber visto una película de terror o cuando nos sentimos culpables porque otra persona se ha molestado con nosotros aunque creamos que no hemos actuado mal. Estas emociones, que fueron aprendidas en contextos semejantes, vuelven a aparecer de manera automática aunque no sean apropiadas o no respondan a la “racionalidad” de la situación actual.

El problema surge cuando damos credibilidad a esas emociones, es decir, cuando asumimos sin cuestionarlo que si nos sentimos de una manera determinada debe de haber motivos de peso para ello. Por ejemplo, asumo que si me siento enfadado es porque alguien me ha tratado injustamente, que si estoy triste es porque me suceden cosas desgraciadas, que si me siento culpable es porque me he comportado injustamente, que si tengo miedo es porque estoy ante un peligro real, etc.

A continuación te proponemos algunos ejemplos en los que se experimenta una emoción incongruente con la situación (fruto de la historia personal de aprendizaje) y se actúa asumiendo la validez de esa emoción:

  • Un amigo cancela sus planes contigo porque le ha surgido un imprevisto que debe atender con urgencia. Te da rabia porque contabas con ello, te apetecía y tienes que rehacer tus planes. Te enfadas con tu amigo, le reprochas no tener en cuenta tus sentimientos y decides no volver a hacer planes con él.

  • Tras una semana especialmente cansada tienes un día más “apagado” o “tristón”. Empiezas a cuestionarte por qué te sientes así y acabas encontrando un gran número de razones por las que tu vida no es la que te gustaría.

  • Tu hermano te pide un favor que no te viene nada bien. Ante su mala cara cuando le dices que no, te quedas con mal sabor de boca y acabas pidiéndole disculpas y cambiando todos tus compromisos para poder ayudarle.

  • Coincides con un amigo y haces un comentario gracioso que normalmente te funciona. Tu amigo no le encuentra la gracia (¿tal vez porque tiene otro tipo de sentido del humor o porque está teniendo un mal día?). Te pones rojo de vergüenza y piensas que eres un estúpido y que no sabes relacionarte con otras personas.

  • Ves un accidente de tren en las noticias que te angustia. A partir de ese día asumes que el tren es un medio de transporte peligroso y dejas de utilizarlo.

  • Has tenido un día complicado en el trabajo que te ha puesto nervioso y tenso. Al volver a casa, tu pareja hace un comentario que te impacienta. Descargas todo tu enfado sobre tu pareja y le dices que siempre tiene que encontrar la forma de ponerte de mal humor.

Este proceso de razonamiento emocional puede tener varias consecuencias negativas: aumenta la frecuencia de emociones desagradables e innecesarias, nos limita y nos lleva a actuar de forma poco ajustada a la situación o incongruente con nuestras decisiones u objetivos, nos dificulta actuar de forma asertiva, respetando y haciéndonos respetar, e incluso puede favorecer que otras personas utilicen, muchas veces sin siquiera darse cuenta, el chantaje emocional, el miedo o la ridiculización como medios para persuadirnos para que actuemos como a ellos les gustaría.

¿Cómo podemos hacer frente a este mecanismo?

  1. Identifica situaciones en las que estás poniendo en práctica este razonamiento emocional: observa si hay emociones que experimentas con demasiada frecuencia, si hay situaciones en las que no consigues actuar como quieres porque te sientes mal y acabas renunciando, si sientes que sueles acabar cediendo o adaptándote a lo que los demás esperan de ti… Analiza estas situaciones ya que es posible que en algunas de ellas estés cayendo en este patrón.

  2. Sé preciso describiendo tus emociones: no es lo mismo sentirse frustrado que enfadado, cansado que triste, incómodo que culpable… Cuanto más preciso seas describiendo la emoción que estás sintiendo, en relación a la situación que la ha provocado, más fácil te resultará reaccionar de manera apropiada.

  3. Busca explicaciones alternativas a las emociones que sientes: por ejemplo, si otras personas se han molestado contigo, puede deberse a que atravesaban un mal momento, a que tienen formas distintas de ver las cosas o a que ha habido un malentendido. Si te sientes desanimado puede deberse a que has tenido un día agotador o a que has visto una película triste. Tu enfado con otra persona puede deberse en realidad a la frustración o a la sorpresa de que no actúe como te hubiera gustado, y no tanto a que haya actuado con la intención de hacerte daño.

  4. Recuérdate a ti mismo que tus sentimientos no tienen por qué ser siempre un fiel reflejo de la realidad objetiva: utiliza frases como “Que me sienta culpable no significa que lo sea”, “Que esté triste no significa que me estén yendo mal las cosas”, “Que me haya molestado no significa que la otra persona quisiera hacerme daño”, “Que me dé vergüenza no significa que tenga algo de lo que avergonzarme”. Recordarte una y otra vez estas frases en el momento adecuado te puede ayudar a rebajar la importancia que das a este tipo de emociones y a actuar conforme a lo que realmente te parece acertado.

  5. Actúa de manera congruente con la situación, no con tu emoción: si crees que no has hecho nada malo, puedes ser amable pero no pidas disculpas; si crees que tu enfado es injusto, expresa cómo te sientes (“Me da rabia, estoy frustrado…”) pero no culpes al otro de tu emoción; si estás triste, no por ello abandones todos tus planes y proyectos. Es decir, procura actuar como lo harías si no estuvieras experimentando esa emoción que, como ya has identificado, te está transmitiendo un mensaje erróneo.

  6. En muchas ocasiones, tus emociones sí serán ajustadas: pese a que nos estamos centrando en este proceso de razonamiento emocional, recuerda que la mayoría de las veces las emociones son un mecanismo muy útil de nuestro cuerpo para ayudarnos a reaccionar de manera adaptativa y rápida, y que casi siempre nos ayudan a actuar de la manera oportuna. Aplica las estrategias anteriores solo cuando hayas identificado un desajuste entre la emoción que sientes y las características de la situación que la ha generado.

¿Te sientes identificado en alguno de estos ejemplos? ¿Se te ocurren otros ejemplos de razonamiento emocional? ¡Cuéntanos tu experiencia!


Irene Fernández Pinto

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Psicóloga con autorización sanitaria colegiada con número M-22996. Licenciada por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), máster en Terapia de Conducta por el Instituto Terapéutico de Madrid (ITEMA) y máster en Metodología de las Ciencias del Comportamiento y de la Salud (UAM-UNED).


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