El miedo y la ansiedad son respuestas normales de nuestro organismo que nos permiten reaccionar de manera rápida o prepararnos ante posibles amenazas o riesgos para nuestra salud o nuestra seguridad. Todas las personas experimentamos cierto miedo o ansiedad ante situaciones de nuestra vida que nos desbordan o que suponen algún tipo de riesgo para nosotros o para nuestros seres queridos. Esto es así porque experimentar ansiedad ante situaciones potencialmente peligrosas resulta adaptativo y contribuye a nuestra supervivencia. Esta respuesta es la que nos permite, por ejemplo, reaccionar rápidamente cuando se produce un incidente inesperado conduciendo por la carretera, alejarnos cuando observamos una pelea callejera, acudir al médico cuando detectamos algún síntoma extraño en nuestro organismo o comprobar el estado de nuestra cocina cuando comenzamos a oler a quemado.

Sin embargo, la ansiedad puede convertirse en un problema cuando la experimentamos en circunstancias en las cuales no hay un riesgo o peligro real o reaccionamos de manera desproporcionada al mismo. Así, por ejemplo, hay personas que sienten mucho miedo o angustia ante la posibilidad de tener que salir de casa, cuando viajan, cuando trabajan, cuando se relacionan con otras personas… lo cual, como es evidente, puede limitar mucho su vida y su bienestar.

La ansiedad es uno de los motivos más frecuentes por los que las personas piden ayuda psicológica profesional, ya sea por el grado de sufrimiento tan intenso que experimentan, porque la ansiedad les impide realizar las actividades que desean (p. ej., crear nuevas amistades, viajar en avión…) o porque da lugar a consecuencias físicas indeseables, como por ejemplo dificultades para conciliar el sueño o para comer (por exceso o por defecto), contracturas musculares, problemas gastrointestinales o cualquier otro tipo de señal de que el cuerpo permanece en tensión o activado con más frecuencia o intensidad de lo que sería deseable o en situaciones en las que no es adecuado o proporcionado.

Los problemas de ansiedad pueden adoptar formas muy diversas y tener lugar ante estímulos, situaciones o circunstancias muy diferentes. A continuación describimos las dificultades de ansiedad más comunes:


Fobias

El término fobia hace referencia a la existencia de estímulos concretos que generan respuestas de miedo excesivas a la persona. Así, por ejemplo, algunas personas experimentan fobia ante cierto tipo de animales (p. ej., perros, serpientes, arañas…); otras personas tienen miedo a ciertas situaciones (p. ej., algunos medios de transporte, ascensores, sitios cerrados, alturas, tormentas…); otras temen los entornos médicos, la sangre, las jeringuillas, las operaciones…. La cantidad y variedad de estímulos ante los que podemos desarrollar un temor excesivo es muy grande.

En primer lugar debemos tener en cuenta que es normal que ciertos estímulos nos desagraden o nos generen cierto temor. Por ejemplo, es esperable que encontrar ciertos insectos en nuestro hogar nos dé asco, ya que es insalubre. También es lógico experimentar cierta preocupación cuando vamos a ser intervenidos quirúrgicamente. Ciertos animales, como las serpientes, pueden ser peligrosas para el ser humano cuando se encuentran en su entorno natural, por lo que es deseable mantenerse a cierta distancia de ellas. Y un largo etcétera.

Estos temores se convierten en un problema cuando son excesivos, se producen en situaciones inadecuadas o nos impiden llevar la vida que queremos. Así, por ejemplo, experimentar angustia ante una tormenta cuando estamos protegidos en nuestro hogar puede ser un problema. No poder encender la tele por miedo a ver perros en pantalla también puede resultar problemático. No poder aceptar un trabajo deseado porque requiere utilizar el ascensor o viajar en avión también puede considerarse un problema. En estos casos, un profesional puede ayudarte a aprender estrategias que te permitan ir, poco a poco, afrontando las situaciones que temes de forma que cada vez te generen menos ansiedad, siempre de acuerdo con la lógica de la situación y el mantenimiento de tu salud y tu seguridad.


Ataques de pánico

En ocasiones, ante situaciones que nos angustian o durante períodos de mayor estrés o nerviosismo, es posible experimentar lo que denominamos un “ataque de pánico”. Estos ataques de pánico son episodios que se presentan de manera súbita o inesperada en los que la persona siente una pérdida de control sobre sus propias reacciones corporales, pudiendo experimentar palpitaciones, sudoración, temblor, dificultades para respirar o sensación de ahogo, dolor de pecho, náuseas, mareos, escalofríos…

Estos ataques de pánico suelen generar mucha preocupación a las personas que los padecen, ya que sienten que escapan a su control y a veces les resultan difíciles de comprender. Además, con frecuencia se confunden con problemas físicos (p. ej., un infarto), lo que contribuye a agravar la preocupación y el propio ataque de pánico. De hecho, algunas personas, convencidas de que sufren problemas físicos, pueden realizar visitas frecuentes a los médicos, que no terminan de identificar o resolver su problema al no abordar su verdadera causa: la ansiedad. Recordemos que la ansiedad no es más que una respuesta fisiológica de nuestro cuerpo ante un estímulo que se considera amenazante, lo que le lleva a poner en marcha una serie de mecanismos físicos para defenderse (p. ej., aumentar la tasa cardíaca o la tensión muscular, alterar la respiración…). Cuando esta respuesta se produce en ausencia de una amenaza real nos encontramos ante un problema que, siendo psicológico, se manifiesta físicamente, ya que el organismo está reaccionando de manera inadecuada.

Si crees que puedes estar experimentando ataques de pánico, acude a un psicólogo que te pueda ayudar a identificarlos y a ponerles solución. Tu psicólogo te ayudará a identificar si la causa de tus sensaciones físicas es la ansiedad y a diferenciarla de un problema médico.


Ansiedad generalizada o preocupaciones recurrentes

Una de las manifestaciones más habituales de la ansiedad consiste en un patrón de preocupaciones continuas que nos agota, nos tensa, nos genera malestar o nos impide llevar una vida normal.

Todos experimentamos dificultades en nuestro día a día y es natural dedicar cierto tiempo o momentos a intentar resolver esas dificultades o pensar en mejorar la forma de hacerles frente. Algunas personas también suelen dedicar cierto tiempo a compartir sus preocupaciones con otras personas, como una forma de desahogarse o de pedir ayuda para solucionarlas.

Sin embargo, cuando observamos que estamos continuamente “dando vueltas a la cabeza”, pensando en temas que nos preocupan o nos hacen sentir mal, cuando nos sentimos con frecuencia inquietos, cansados, nerviosos, irritables… o cuando notamos que la mayoría de nuestras conversaciones giran en torno a preocupaciones y quejas sobre nuestro día a día podemos considerar que tenemos un problema. Además, las preocupaciones excesivas pueden hacer que tengamos dificultades para conciliar el sueño o para comer de forma saludable, así como provocarnos otros problemas físicos como contracturas musculares.

La mejor forma de hacer frente a estas preocupaciones es aprender una serie de estrategias que nos ayuden a gestionarlas de manera más saludable y eficaz, diferenciando de qué temas merece la pena preocuparnos y de cuáles no, cuáles son los momentos y las maneras adecuadas, mantenernos tranquilos y sanos pese a las dificultades que puedan surgir, etc. Si lo deseas, un profesional puede evaluar tus dificultades concretas y enseñarte las técnicas que puedan resultarte más útiles para conseguir llevar tu vida de manera igual o más eficaz pero con más tranquilidad y salud.


Estrés

Para muchas personas, el día a día podría compararse con una carrera de obstáculos: desde que se levantan hasta que se acuestan tienen una infinidad de tareas o responsabilidades que realizar, problemas que resolver e imprevistos que van surgiendo y a los que hay que dar respuestas. Compaginar la, a veces muy intensa, vida laboral con el cuidado del hogar y la familia puede resultar agotador y generarnos mucha tensión. Y por supuesto nos impide dedicar el tiempo que nos gustaría a cuidarnos y a disfrutar del tiempo libre y de nuestros seres queridos.

Si bien las personas tenemos una gran capacidad de adaptación a todo tipo de situaciones, la acumulación de estrés y tensión a medio y largo plazo puede resultar muy dañino para nuestra salud psicológica y física. El estrés mantenido en el tiempo genera contracturas musculares y otros síntomas físicos, llegando incluso a afectar a nuestra salud cardiovascular. También nos hace más propensos a las enfermedades infecciosas, ya que debilita nuestro sistema inmunitario, y puede alterar nuestro metabolismo. Como consecuencia de ello, nuestros patrones de alimentación y sueño pueden verse alterados, aumentando la probabilidad de padecer obesidad o insomnio. Además, mantener un nivel de tensión elevado a lo largo del tiempo puede mermar nuestra capacidad de afrontamiento de los problemas cotidianos, hacernos más irritables, empeorar nuestro estado de ánimo y deteriorar nuestras relaciones con otras personas.

Por este motivo, si crees que experimentas estrés en tu día a día, te cuesta gestionar tus rutinas o no consigues planificarte de una forma que te permita tener tiempo para descansar, desconectar y dedicarte a actividades relajantes y agradables, plantéate un cambio. A veces este cambio puede parecer imposible, ya que todas nuestras actividades son indispensables y no conseguimos encontrar tiempo para nada más. Sin embargo, un profesional puede ayudarte a priorizar, a encontrar maneras de gestionar tu día a día de manera más eficaz y a desarrollar estrategias para afrontar el estrés de una manera más saludable.


Ansiedad social

Las personas vivimos y nos desarrollamos en sociedad. Esto significa que con frecuencia estamos en contacto con otras personas con las que necesitamos cooperar para poder tener acceso a recursos que son necesarios para nuestro bienestar y nuestra supervivencia. Desde que nacemos, dependemos de nuestros padres y cuidadores para poder nutrirnos, mantenernos sanos, aprender, jugar, etc. Poco a poco, otras personas ajenas al núcleo familiar van cobrando más importancia en nuestra vida, desde los profesores hasta los compañeros y amigos e incluso conocidos y desconocidos con los que coincidimos. La relación y la colaboración con estas personas nos permite tener acceso a comida y vestimenta, aprender cosas importantes para nuestra vida, conseguir trabajo, obtener ayuda cuando tenemos problemas, divertirnos y practicar nuestras aficiones, etc.

Precisamente debido a la importancia que tienen las demás personas en nuestro desarrollo y nuestro bienestar, es natural que también sea un área que nos preocupe y que nos genere malestar cuando no funciona bien o cuando anticipamos algún problema.

Algunas personas experimentan ansiedad o preocupaciones relacionadas con su relación con los demás con mucha frecuencia. Dedican mucho tiempo a imaginar qué opinan los demás sobre sí mismos o a compararse con otros. Otras personas evitan aquellas situaciones en las que puedan ser el centro de atención o simplemente tener que relacionarse con otras personas. Y, en general, todas ellas suelen experimentar bastante malestar o ansiedad después de ciertas interacciones sociales; tienen la sensación de que no lo han hecho bien o de que han generado una mala impresión en los demás. Una de las consecuencias de esta situación puede ser que la persona se vea privada de experiencias sociales muy valiosas para ella, lo cual limita su desarrollo así como otras oportunidades como ampliar su círculo de amistades, conseguir pareja, acudir a entrevistas de empleo o, en algunos casos, algo tan sencillo como comprar en un comercio o comer en un restaurante.

Si estas situaciones suponen un desafío para ti o te hacen sentir mal, acude a un profesional que te ayude a enfrentarlas de otra manera más eficaz y que te haga sentir mejor y, si es necesario, que te entrene en habilidades que te ayuden a tener más éxito cuando te relacionas con otras personas.


Obsesiones y compulsiones

Otra dificultad relativamente común son los problemas obsesivo-compulsivos, que se caracterizan por ciertos pensamientos, imágenes o impulsos que generan angustia a la persona o una necesidad imperiosa de realizar ciertos comportamientos ritualizados para calmarse. Algunas de las formas más comunes que suele adoptar este problema son la necesidad de mantenerlo todo ordenado o alineado, las conductas de limpieza extremas, contar números o repetir ciertas “retahílas”, comprobar repetidamente que hemos cerrado bien las puertas, el coche, que no hemos perdido nada… A veces, la persona se angustia con ciertos sentimientos, a veces relacionados con lo que considera que son malas intenciones o pensamientos inmorales, sucios, sexuales…

Si bien la mayoría de nosotros llevamos a cabo ciertos rituales y rutinas inofensivos o pensamientos que nos agobian o que no conseguimos apartar de nuestra mente en un momento dado, todo esto se convierte en un problema cuando nos genera angustia, sentimos que hemos perdido el control sobre nuestros pensamientos y comportamientos, realizar estos rituales resulta dañino para nosotros o nuestro entorno o nos hace perder demasiado tiempo, cuando limita nuestra vida, etc. En estos casos, lo más adecuado es pedir ayuda profesional que nos enseñe estrategias para romper estos “bucles” y desarrollar otras alternativas más adaptativas y que nos permitan hacer una vida normalizada.


Si experimentas ansiedad en cualquiera de sus formas anteriores o de otra manera que no hayamos comentado, te recomendamos acudir a un profesional que te ayude a identificar las causas de tus problemas y a ponerles solución cuanto antes.

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