¿Quieres que tu hijo se independice y no sabes cómo?

Si te has visto reflejado en el título de esta entrada, es posible que hayas sentido una punzada de culpabilidad: ¿cómo es posible desear que un hijo se marche de casa? Si este ha sido tu caso, lo primero que debes saber es que esto no te hace una madre o un padre desnaturalizado, sino que es una preocupación cada vez más frecuente. Otros padres posiblemente no habrán experimentado ningún atisbo de culpa, pues tendrán muy claro que, a partir de cierta edad y momento vital, que los hijos se independicen es algo natural y muy saludable para todos los implicados.

En esta entrada explicaremos los motivos que hacen que las personas de 20, 30 e incluso 40 años tarden cada vez más tiempo en independizarse, los problemas que esto acarrea tanto para ellas como para sus familiares y propondremos algunas estrategias que te ayuden a facilitarles esta transición.

Los hijos tardan cada vez más en irse de casa

Hasta hace pocos lustros, cuando se tenía un hijo se asumía que esto implicaba una serie de responsabilidades durante las dos próximas décadas de vida, poco más o menos. Este es el tiempo que los hijos solían tardar en desarrollarse y aprender todas las habilidades que necesitarían para desenvolverse como adultos. Y esto por no remontarnos a períodos anteriores en los que los niños, desde edades tempranas, ya asumían responsabilidades laborales y familiares.

A medida que la sociedad ha ido evolucionando, también se han ido haciendo más exigentes los requisitos que debemos cumplir para llegar a ser adultos responsables y autónomos. La escolarización se ha hecho obligatoria y se ha prolongado, así como la lista de requisitos que solicitan las empresas para contratar nuevos empleados. Asimismo, las parejas cada vez esperan más para convivir y tener hijos.

Así se ha ido abriendo camino un período de transición entre la infancia y la edad adulta: la adolescencia, que cada vez se extiende más en el tiempo. Si bien suele considerarse que la adolescencia comienza en torno a los 10 o 12 años (coincidiendo con los cambios sexuales, sociales y psicológicos propios de estas edades), no está tan claro a qué edad termina, pues más que la edad, lo que determina el fin de la adolescencia y el inicio de la edad adulta es la autonomía de la persona. De este modo, una persona de 18 años que tenga trabajo, pague sus gastos y tome sus propias decisiones encajará peor en la definición de adolescente que otra persona de 35 años que siga viviendo con sus padres, recibiendo dinero de estos y rindiendo cuentas de sus decisiones y acciones.

Esta madurez y autonomía se alcanzan a velocidades distintas por diferentes personas y tan deseable puede ser alcanzarla más pronto como más tarde, dependiendo de los intereses y aspiraciones de la persona, su situación familiar, etc. Por ejemplo, una persona podrá preferir conseguir un empleo cuanto antes para poder independizarse y convivir con su pareja a una edad relativamente temprana, mientras que otra persona preferirá posponer la búsqueda de empleo para tener tiempo de estudiar una carrera más extensa o unas oposiciones, pues esto coincide con su visión de futuro y su familia está de acuerdo con ello.

El problema surge cuando este momento de independencia se retrasa más allá de lo deseable ya sea de acuerdo con los intereses y objetivos vitales de la persona, de acuerdo con los deseos y la situación de la familia, cuando durante esta etapa no se dan los pasos necesarios para alcanzar esa independencia más adelante o cuando los motivos para no dar estos pasos no respondan a una decisión sopesada y acordada por todos los implicados sino a otros factores emocionales como son el miedo, la inseguridad o la pereza.

¿Por qué mi hijo no se va de casa?

Partiendo de todo lo explicado anteriormente, podemos resumir algunos de los motivos más frecuentes por los que los hijos prolongan este período de transición:

  • Dificultades laborales y económicas: Como hemos visto, cada vez son más los requisitos que una persona debe alcanzar en esta sociedad para conseguir un empleo que le permita tener unos ingresos suficientes para permitirse la ansiada independencia. Esto obliga a aumentar el período que los jóvenes dedican a formarse e, incluso tras acumular mucha formación, continúa siendo complicada la búsqueda de empleo. Todo ello lleva a muchos jóvenes a seguir viviendo o a volver a casa de sus padres e incluso a formar su nueva familia en el seno de la antigua, renunciando por tanto a buena parte de su independencia.

  • No querer renunciar a la comodidad: Si bien en muchos casos se dan las dificultades anteriores, también es cierto que en muchos hogares los hijos disfrutan de una calidad de vida envidiable, pues no solo se ahorran todos los gastos que supondría independizarse, sino que con frecuencia reciben una “paga” de sus padres para sus gastos e incluso sus caprichos, ayudas ante imprevistos, etc. También se suelen ver liberados de muchas tareas del hogar (cuando no de todas) y de las dificultades propias de mantener una casa. En esta situación, es lógico que muchos se resistan al cambio, pues tienen mucho que perder y difícilmente sentirán que “les compensa” trabajar muchas horas por un sueldo mínimo o asumir todas las tareas y responsabilidades que ahora se evitan.

  • Miedo al cambio y a la responsabilidad: Como consecuencia de la comodidad anterior, también podemos encontrar que a las personas les dé miedo salir de esa “burbuja de confort” en la que apenas tienen responsabilidades y donde todos sus problemas están resueltos. Enfrentarnos a la incertidumbre de buscar empleo, responder por la calidad de nuestro trabajo, buscar casa, encontrar compañeros de piso, etc. puede dar mucho vértigo si no estamos acostumbrados. El miedo a equivocarnos y a fracasar o a descubrir que no somos tan válidos como creíamos puede llegar a ser muy paralizante.

  • Pena o preocupación por dejar el hogar: Después de haber pasado tantos años en el mismo lugar y conviviendo con las mismas personas, es natural que a muchos les dé pena el cambio e incluso sientan que abandonan a sus familiares. Estos sentimientos pueden actuar como freno, sobre todo si se queda un progenitor viviendo solo o si creen que sus familiares estarán más tristes o desprotegidos tras su marcha.

  • No pensar en el futuro: También es posible que la persona sienta poca necesidad de plantearse su futuro. En el presente todas sus necesidades están satisfechas y prefiere centrarse en disfrutar de esta situación, sin pararse a pensar en cómo esto puede afectar a su futuro (p. ej., si no ha adquirido experiencia laboral, no ha ahorrado o no ha aprendido a cuidar de su casa o de su vehículo).

Para complicar aún más las cosas, incluso aunque tu hijo se encuentre en una o varias de estas situaciones es posible que no lo reconozca abiertamente, ya que resulta incómodo reconocer que uno tiene miedo de trabajar o que le da pereza asumir todas las responsabilidades que supone irse de casa. Por ello, es frecuente que estos motivos se enmascaren tras un discurso de “estar a gusto en casa”, “no necesitar nada más” o “no ser capaces de…”, que sin dejar de ser ciertos pueden ser también una excusa.

¿Por qué es bueno irse de casa?

Si irse de casa resulta tan complicado a algunas personas y dicen que prefieren quedarse, ¿cuál es el problema? Tal y como dijimos al principio, el momento y las condiciones adecuadas para irse de casa dependerán de cada persona y situación familiar y lo que vale para unos puede no ser lo mejor para otros. Dicho esto, puede llegar un momento en el que bien la propia persona se siente estancada y con ganas de avanzar pero no sabe cómo o esto le angustia, o bien sus familiares se sienten preocupados por su futuro (o por su presente) o simplemente quieren disfrutar de una mayor autonomía y despreocupación ahora que consideran que ya han cumplido sobradamente sus deberes en la crianza de su hijo.

Aquí tienes algunas razones por las que es positivo que tu hijo se independice:

  • Adquirir habilidades y ser autosuficiente: Vivir en casa de los padres, y generalmente con la ayuda de estos, le impide poner en práctica habilidades que tarde o temprano serán valiosas e incluso imprescindibles para su éxito en la vida. Desde buscar y mantener un empleo, asumiendo las consecuencias positivas y negativas de su trabajo, hasta cuidarse solo, realizar las tareas domésticas o tomar decisiones sin supervisión de otros: todas estas habilidades serán necesarias en su futuro y aprenderlas lleva tiempo y esfuerzo.

  • Mejorar su autoestima: Incluso aunque tenga algunas de estas habilidades (p. ej., tenga un empleo o colabore con las tareas domésticas), vivir con los padres significa tener una red de seguridad que puede hacerle sentir que no será capaces de hacerlo solos o que necesitará siempre de tu apoyo (en forma de consejos, ayuda, dinero, contactos…) para salir adelante. De este modo se genera un círculo vicioso: como tengo ayuda no necesito arriesgarme y como no me arriesgo no compruebo que puedo hacerlo sin ayuda.

  • Desarrollar su identidad: El motivo por el que se suelen generar más conflictos entre padres e hijos durante la adolescencia es que estos últimos están desarrollando su identidad, es decir, identificando, eligiendo y perfilando sus gustos, valores, intereses, objetivos… Esta identidad coincidirá en parte con la de sus padres, pero en otra parte será diferente e incluso chocará con la de ellos. Por eso, cuando se prolonga la convivencia más allá de lo deseable es frecuente que surjan conflictos y roces por este motivo o que simplemente el hijo sienta que no consigue llevar la vida que le gustaría o perseguir sus propias metas.

  • Los padres también tienen derecho a avanzar: Ser padres significa una gran cantidad de sacrificios y de renuncias a deseos, tiempo, intimidad, tanto individualmente como en pareja. Por ello, aunque la marcha de los hijos con frecuencia se vive con nostalgia, también puede suponer una nueva etapa que permita experimentar cosas nuevas, redescubrirse y disfrutar de cosas que durante mucho tiempo no han sido posibles. Sin embargo, si la marcha de los hijos se pospone demasiado, es posible que los padres sientan que están renunciando a disfrutar de estos valiosos años de su vida, especialmente si tienen que preocuparse de sus hijos y mantenerlos económicamente. O simplemente pueden tener dificultades para prepararse económicamente para su jubilación. Cuando los hijos se independizan de los padres, estos también se independizan de los hijos, y desear y disfrutar de esta independencia no es egoísta ni implica querer menos a los hijos.

 ¿Cómo puedo ayudar a mi hijo a independizarse?

Si tras leer este artículo has llegado a la conclusión de que es saludable, tanto para ti como para tu hijo, dar pasos que le permitan ser más autónomo e independiente, te proponemos algunas claves que pueden ayudaros a ambos en este proceso:

  1. Apóyalo en sus objetivos: Un error frecuente es que, aunque queremos que nuestros hijos maduren y sean independientes, queremos que lo sean en nuestros términos. Comparamos nuestros conocimientos y experiencias con los suyos y damos por sentado que sabemos lo que es mejor para ellos. Sin embargo, sus inquietudes, puntos fuertes y aspiraciones pueden ser muy diferentes, sin contar con que la sociedad cambia a un ritmo vertiginoso. Por ello, lo que puede parecernos absurdo o ridículo, tal vez no lo sea tanto. Sea como fuere, vivir no consiste en evitar los errores a toda costa, sino en hacer frente a las consecuencias que nuestras acciones nos deparan. Por ello, siempre será mejor que tu hijo pruebe y se equivoque, a su manera, a que no lo intente por miedo a equivocarse o a decepcionarte o que cometa los errores que tú le dictas.

  2. Refuerza sus iniciativas y elimina la crítica: Si quieres que tu hijo cambie (p. ej., que sea más organizado, que dedique más tiempo a estudiar, que colabore en las tareas domésticas…) conseguirás antes tu objetivo si le agradeces, elogias y admiras aquellas cosas que sí hace y que te gustan que si criticas todo aquello que no hace como te gustaría. Esto último lo único que conseguirá es que no te cuente las cosas, que tengáis un peor clima familiar y probablemente acrecentará su miedo al fracaso y le paralizará.

  3. No le protejas de las consecuencias: Con frecuencia, por no ver sufrir a nuestros hijos, por ahorrarnos el mal rato o porque “no me cuesta nada”, salimos en su ayuda cuando nos la piden. Por ejemplo, les pagamos una multa de tráfico inesperada o les acercamos en coche a los sitios ya que no tienen carnet de conducir. El problema es que a medio y largo plazo esto les impedirá comprobar las consecuencias de sus decisiones, planificarse mejor y aprender aquellas habilidades que vayan a necesitar para desenvolverse, con lo que se sentirán menos preparados para dar pasos hacia la independencia y sentirán que te necesitan para “sacarles las castañas del fuego”.

  4. Reduce los privilegios y hazle partícipe de los costes: Si vivir en casa es tremendamente barato, cómodo y sencillo, es difícil que encontremos cualquier otra alternativa que nos satisfaga, al menos a corto plazo, con lo que renunciaremos a todas las experiencias y aprendizajes que nos esperan fuera de la casa de nuestros padres. A medida los hijos se hacen mayores es necesario que vayan responsabilizándose cada vez más de sus tareas y asumiendo la carga económica de sus gastos. Por ello, pídele que participe en las tareas de la casa y no le mantengas con una paga que podría obtener trabajando a cambio de un sueldo.

  5. No pases de 0 a 100: Esta es quizás la pauta más importante de todas: si tu hijo a día de hoy apenas colabora en casa, no esperes que de la noche a la mañana asuma todas las tareas con soltura. Si recibe una paga holgada y no contribuye a los gastos familiares, retirarle todo este dinero de golpe solo le angustiará y provocará una crisis familiar. Las transiciones deben ser progresivas para permitir que tu hijo se vaya adaptando a las nuevas circunstancias y aprendiendo y tomando decisiones por el camino. Por ello, haz cambios paulatinos pero firmes y agradécele y anímale en todos los progresos que observes, aunque sean pequeños.

  6. Sé feliz e independízate de tu hijo: Aun así, si la convivencia con tu hijo se mantiene en el tiempo, ya sea por necesidad o por preferencia, esto no es incompatible con que puedas hacer tu vida, recuperar aquellas actividades que antes disfrutabas, probar cosas nuevas y tener más tiempo libre. Recuerda que tu hijo, ya mayor, es responsable de su propia vida igual que tú de la tuya y, de hecho, disfrutando de ella facilitas que sea más independiente. Además, verte feliz e independiente hará que experimente menos tristeza y culpabilidad por abandonar el hogar, con lo que os allanarás a ambos el camino.

Si este es un tema que te preocupa esperamos que estas pautas te sean útiles y te ayuden a enfocar este período de vuestras vidas de la manera más saludable y feliz posible. No obstante, cada situación es diferente y requiere medidas específicas. Por ello, si necesitas que te asesoremos puedes contactar con nuestros profesionales.


Irene Fernández Pinto

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Psicóloga con autorización sanitaria colegiada con número M-22996. Licenciada por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), máster en Terapia de Conducta por el Instituto Terapéutico de Madrid (ITEMA) y máster en Metodología de las Ciencias del Comportamiento y de la Salud (UAM-UNED).


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