¿Qué piensa mi terapeuta?
/El trabajo de las psicólogas y particularmente de las psicoterapeutas está plagado de mitos y concepciones erróneas que contribuyen al recelo que muchas personas tienen antes de animarse a dar el paso de acudir a una primera sesión de terapia. ¿Va una persona desconocida a ayudarme con mis problemas? ¿Cómo le va a importar lo que le cuento? Además, la formación que en ocasiones recibimos las propias psicólogas, a veces un tanto obsoleta, puede contribuir a ello, pues muchas veces se nos ha enseñado a mantener mucha distancia con nuestros consultantes, ser muy crípticas y reservadas con respecto a nosotras mismas, a poner más el foco en la racionalización de lo que está sucediendo en sesión que en experimentar realmente el vínculo terapéutico y a inhibirnos de mostrar los sentimientos que nos está generando lo que la otra persona nos está contando. Pareciera que la relación con tu terapeuta es una relación estrictamente profesional que no debe trascender más allá de esa hora de sesión. Que cualquier interés es meramente instrumental (la terapeuta para cobrar por sus sesiones, el consultante para alcanzar sus objetivos; punto).
Sin embargo, nada más lejos de la realidad de nuestro trabajo ni con la manera en que muchas de nosotras vivimos y experimentamos la relación con nuestros consultantes. Desde hace muchas décadas se sabe que la relación terapéutica, es decir, la calidad de la relación que se establece entre terapeuta y consultante, es responsable de una parte muy importante de la eficacia del proceso terapéutico. Se trata de una relación genuina que se establece entre ambas (o más) personas con el fin de que la primera ayude a la segunda a lograr sus objetivos. Mucho del trabajo que hacemos se hace (o al menos debería hacerse) no meramente a través de pautas, indicaciones o explicaciones, sino mediante la propia interacción terapéutica. Nuestra manera de relacionarnos con nuestros consultantes es en sí misma una manera de enseñarles cosas útiles para manejar otras relaciones en su vida, por ejemplo, a poder comunicarse de manera asertiva, atreverse a asumir riesgos interpersonales, saber poner límites y hacerlos respetar, tolerar la incertidumbre, sentirse merecedoras de dignidad, cariño y respeto, etc. Evidentemente, la relación terapéutica no es una relación cualquiera: debe estar siempre al servicio de nuestros consultantes y sus objetivos y, sobre todo, regirse por una serie de principios éticos. No se trata de una relación cualquiera ni está focalizada en el beneficio de la terapeuta (si bien esta también tiene derechos en esta relación, claro está) y por ello, la terapeuta sí tiene una responsabilidad a la hora de administrar sus autorrevelaciones (qué cuenta sobre sí misma y qué deja de contar), la expresión de sus emociones (si realmente va a ser pertinente y proterapéutica en un momento determinado o si va a entorpecer o a eclipsar el proceso), etc.
Por todo ello, la realidad es que buena parte de las psicoterapeutas nos emocionamos con nuestro trabajo (sí, tenemos días mejores y peores, personas con las que congeniamos más o menos, situaciones que nos impactan más y otras menos, porque somos personas) y vivimos con intensidad los vínculos que establecemos con las personas a las que ayudamos, ya que su bienestar se convierte en algo muy importante para nosotras y la relación que se establece no solo cambia a nuestros consultantes, sino que también nos afecta a nosotras y nos ayuda a seguir desarrollándonos personal y profesionalmente. Las historias que nos contáis no nos son ajenas y es frecuente que nos encontremos con ganas de compartir observaciones o aprendizajes que hacemos con vosotros, ya que os tenemos bastante presentes en nuestro día a día. De hecho, suele ser un reto bastante complicado desconectar en nuestro trabajo (aunque muy importante). Además, las terapeutas no dejamos de ser personas con nuestras propias dificultades y retos, que precisamente nos ayudan a empatizar más con vuestras dificultades, y también podemos necesitar ayuda terapéutica en diferentes momentos de la vida, pues las personas que ayudan también necesitan ser ayudadas.
Mientras escribía estas palabras iba haciendo un repaso mental de todas y cada una de las personas que he atendido en consulta durante estos años. Con frecuencia me vuelven a escribir tiempo después acordándose de mí y se preguntan si yo las recordaré a ellas. La respuesta es siempre: por supuesto. Cada persona que ha pasado por mi consulta me ha dejado una huella, un recuerdo y un aprendizaje. Y es a ellas a quienes dedico este texto, pues la terapia psicológica debería ser siempre humana y cercana y, por supuesto una vez partiendo de esa base, también eficaz.
Irene Fernández Pinto
Artículo escrito por Irene Fernández Pinto | Directora de Libertia Psicología